Capítulo único Soy Sebastian Janikowski"

Sebastian Janikowski El 16 de febrero del 2010, los Raiders le dieron a Sebastian Janikowski, nacido y criado en Polonia, un contrato de cuatro años y 16 millones de dólares, con 9 millones de dólares garantizados. Cifras sin precedentes para un pateador en la NFL.
Oakland renovó así la confianza en su recluta de primera ronda del 2000, que ha tenido una carrera con repetidos conflictos fuera del campo, pero en la que ha exhibido una potencia para patear pocas veces vista en la liga.

Lo que sigue es una entrega de "Soy..." en un capítulo único (empieza y termina acá, no hay más), sobre una etapa no muy conocida en la vida de Janikowski.
IMPORTANTE: Pese a estar basado en hechos reales, datos documentados y testimonios de los protagonistas, este ejercicio requirió de una fuerte dosis de reconstrucción e interpretación en la mente del autor, que vendría a ser yo, así que no necesariamente representa el sentir ni el pensar del pateador de los Raiders.
Hecha la aclaración, ahora sí:
Soy Sebastian Janikowski



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Me fui, porque me pediste que me fuera. Porque me dijiste que tu angustia iba a ser mayor si no me iba.
Nunca te habría abandonado, mamá, si me hubieras pedido una sola vez que me quedara.
Yo era lo único que tenías en el mundo, y me dejaste ir.
Sonreías la última vez que te miré en el aeropuerto, pero sabía que un segundo después estarías llorando.
Yo también lloré esa noche. Y la noche siguiente, y la otra.
Lloré cada noche, durante años, mientras yo estaba en la universidad y tú en Polonia.
Lloraba y escuchaba a mis compañeros de Florida State decir: "Déjenlo. Está pensando en su madre".
Pensaba en el día que papá se fue a los Estados Unidos.
Yo tenía ocho años.
Los escuchaba hablar en nuestra casita de Walbrzych, al pie de las montañas que separan Polonia de la República Checa, y rezaba para que lo convencieras de quedarse.
Él te decía que sus mejores años como futbolista profesional habían terminado cuando lo cortaron de la Selección Polaca, justo antes del Mundial '82, y que, cuatro años después, la única forma de alargar su carrera y tener un futuro era seguir los pasos de otros que se habían marchado a América.
Él te explicaba que el Mundial '86 en México había reavivado el interés por el fútbol en los Estados Unidos, y entonces era el momento ideal para irse.
Te prometió que nos mandaría boletos de avión para los dos, cuando cobrara su primer sueldo, y vi la tristeza en tus ojos cuando le dijiste: "Por favor... no te olvides de nosotros".
Lo escuché prometerte que en poco tiempo estaríamos los tres en América, y sentí cómo temblaba tu mano cuando lo despedimos.
Odié a mi padre ese día.
Odié al hombre que nunca me trajo un juguete cuando era niño, y sólo llenaba mi cuna de pelotas de fútbol porque no tenía dónde ponerlas.
También odié mi vida. Y lo que más odiaba de mi vida era la escuela.
Me escondía en los bares, y afuera llovía. Sólo tengo registrados días de lluvia, en mis recuerdos de Walbrzych.
La primera vez que me emborraché fue a los 12 años.
Lo único que me interesaba era jugar fútbol y beber vodka.
Pasaban los años, y cada día pateaba más fuerte y consumía más alcohol.
Llegaba borracho a casa y me regañabas. Yo sabía que me estaba aprovechando de que no había un padre para enderezarme, y me daba lástima.
Me daba lástima esa mujer pequeña, de ojos claros, que mientras yo crecía tenía que subirse a una silla para poder mirarme a la cara y ordenarme que dejara los bares y volviera a la escuela.
Pero nunca te enojabas por mucho tiempo, y después me dabas esa sopa que me quitaba la resaca.
Papá nos mandó boletos tres veces, pero nunca nos dieron la visa, a pesar de que aguardábamos toda la noche en la fila.
La oficina abría a las 11 de la mañana, y la espera empezaba a las 2 de la madrugada.
Nos turnábamos. Tú te ponías de pie en la fila y yo dormía, y luego yo me formaba en la hilera y tú dormías.
Todo, para que al final nos dijeran que la solicitud había sido rechazada.
No puedo evitar las lágrimas cuando me acuerdo de ti durmiendo en la calle, bajo el frío de Polonia, para que después un funcionario le negara permiso a una mujer para reunirse con su marido, le quitara a un chico el derecho de encontrarse con su padre.
No puedo evitar las lágrimas cuando me acuerdo el día que entré a casa y te vi llorando, con una carta en la mano.
"Mamá, ¿qué pasó?"
No me miraste. Sólo mirabas el papel, y acongojada en la silla me decías: "Es lo mejor para ti... es lo mejor para ti..."
Te abracé y vi que la carta era de papá.
Empecé a leer, y sentí la peor furia que había sentido en mi vida.
"Es lo mejor para ti", me repetías. "Es lo mejor para ti".
Papá te anunciaba que iba a casarse con una chica que había conocido en Miami.
Apreté lo dientes y lloré de bronca.
"¿Qué puedo hacer?", había escrito papá. "Estoy solo. Mi visa temporal ha terminado. Y me enamoré. Al estar casado podré quedarme, y mi hijo podrá vivir conmigo. Tú no podrás venir, Halina; pero Sebastian sí".
Me senté en el piso, con la cabeza entre las rodillas, y tú dejaste de llorar para abrazarme.
"No te preocupes", me susurrabas al oído, como cuando era niño. "No te preocupes. Todo va a estar bien".
En el momento más doloroso de tu vida, tú me estabas consolando a mí.

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